La Policía, como el pescado, se pudre por la cabeza
Gabriel Pereira en Busqueda
Un día, el entonces director nacional de Policía, el hoy extinto Julio Guarteche, entró a una reunión con comisarios llevando un montón de frascos y les pidió que al final del encuentro orinaran en ellos para verificar si alguno estaba consumiendo drogas. ¡Se armó una…!
Más allá de la pertinencia del pedido, la actitud de Guarteche iba en línea con el liderazgo que ejercía como número uno de la Policía.
En las situaciones más difíciles, como ocurrió durante el secuestro de la doctora Milvana Salomone, la cara que se veía en los informativos asumiendo la responsabilidad de la situación no era la del ministro, sino la de Guarteche. Nadie dudaba de quién estaba al mando y era el líder.
Hace unos días, durante la presentación de un libro, el periodista Antonio Ladra preguntó a la concurrencia quién es hoy el director de la Policía Nacional. Nadie supo responder.
Una nota del semanario Brecha, firmada por el periodista Venancio Acosta, cuenta que a principios de 2012 un subcomisario y dos sargentos de la Seccional 3a “se ensañaron con un contrabandista de poca monta”, al que descubrieron cigarrillos en infracción en un pequeño comercio del Centro de Montevideo. Le empezaron a pedir coimas y luego de una serie de extorsiones en ascenso el comerciante recurrió a la Justicia.
Se montó entonces un operativo en el que el comerciante fue a la seccional con una cámara oculta. Y la Policía allanó la seccional. Cuenta la nota de Brecha: “Solo un aspecto de la operación no salió como se esperaba. ‘Creo que vi entrar al comisario’, dijo el comerciante al salir del lugar. Y eso no estaba en los planes, pues una de las tareas asignadas consistía en distraer al comisario de la Seccional 3 mientras el hombre ingresaba con el dinero. Esa tarea le cupo nada menos que al entonces jefe de Policía de Montevideo, Diego Fernández. Una vez que ingresaron a la seccional, los responsables de la investigación encontraron a Fernández en un lugar que no había sido el convenido. El jefe se excusó y no supo explicar por qué”.
Diego Fernández, ese es hoy el número uno de la Policía.
La misma nota rememora que, luego de eso, Fernández se vio involucrado en una red de corrupción en el servicio 222 cuando era jerarca de la División Nacional de Cárceles. Pero insólitamente zafó. Y hoy es el número uno de la Policía.
Y continúa la nota: “En abril de 2013 una mujer llamó a la Seccional 14a para denunciar una rapiña. El agente que la atendió le dijo que en la seccional no tenían vehículo. (…) las autoridades del ministerio adujeron que la actitud de los funcionarios que recabaron la denuncia configuraba una omisión, una vez que existía un sistema de georreferenciación que ubicaba patrulleros en tiempo real”. Y Fernández renunció a la jefatura de Montevideo. El entonces presidente José Mujica declaró que Fernández “no era simplemente un hombre al que sus colegas no obedecían”, sino que “es algo mucho más sutil que la indisciplina. Es obedecer sin cumplir. Es humana dejadez en un laburo que es importante”.
Un hombre al que sus subalternos no respetaban. Ese es el número uno de la Policía.
A pesar de que por ser compañeros de tanda Guarteche sostuvo a Fernández, este fue una piedra en el zapato de la modernización que el primero pretendía darle a la Policía.
Aquella actitud de Fernández es hoy cuestionada por los sindicatos policiales, que han pedido su renuncia, señalando que con él volvieron las “viejas prácticas” y “lo peor” del instituto policial. Ese es el número uno de la Policía.
Donde el gobierno anterior había puesto una placa en homenaje a Guarteche, Fernández avaló la colocación de una en honor de Víctor Castiglioni, un reconocido torturador durante los años de la dictadura. El entonces ministro Jorge Larrañaga le ordenó dar marcha atrás. Pero no lo sacó ni Fernández tuvo la dignidad de irse.
Ese es hoy el número uno en la Policía.
Fernández ni se va ni se queda. Guarteche estaba harto de ir una y otra vez al Parlamento, a veces solo, a veces a apoyar y a dar la cara junto con el ministro.
Cuando el ministro Luis Heber fue llamado al Parlamento por el escándalo del pasaporte al narcotraficante Sebastián Marset, asunto en el que estuvieron involucradas reparticiones policiales, Fernández lo miró por TV. Ese es el uno hoy en la Policía.
Fernández impulsó el retorno de las llamadas comisiones de apoyo policial, un histórico nido de corrupción. Por si no lo sabía, así actúa el número uno de la Policía hoy.
Perdón, lector, por las referencias personales que siguen, pero no tengo cómo evitarlas. Hace un tiempo publiqué que el jefe de Policía de Salto, Carlos Ayuto, utilizó bienes públicos en beneficio propio, entre otras irregularidades. El ministerio le cedió la investigación del caso a Diego Fernández. Todo quedó en nada. Ayuto contó a sus allegados que Fernández lo recibió en Montevideo como un amigo y que ya antes le había dicho que se quedara tranquilo, que no pasaba nada. Ese es el uno hoy en la Policía.
Luego, hace unas semanas, volví a divulgar información sobre presuntas irregularidades de Ayuto. Y entonces fue cuando integrantes de los servicios de Inteligencia me contaron que les llegó la orden de espiarme.
Luego supe que la orden hacía especial énfasis en que “antes de fin de año” los agentes debían averiguar quiénes eran mis fuentes en la jefatura de Salto.
El ministerio hizo una “investigación urgente”, que consistió en preguntarle al jefe de los servicios de Inteligencia si ellos me iban a espiar. El jefe de los servicios, ¡oh, sorpresa!, dijo que no y “la investigación” se cerró.
Más acá en el tiempo, divulgué que un alto oficial de Durazno le transmitió a Fernández y a otros altos mandos que en ese departamento se maquillaban las cifras de delitos. Y les dio algunos números de partes policiales fraguados. Dicen en el ministerio que cuando revisaron esos partes estaban bien. Si están bien, no lo estuvieron y, además, tengo en mi poder tantas pero tantas pruebas de que eso es así que el comunicado del ministerio que respalda al jefe de Durazno es una vergüenza. No se hizo una auditoría, no se interrogó al jefe del servicio de gestión policial, quien varias veces tuvo que advertirles a los jefes duraznenses que se estaban pasando de la raya en esto de poner “lesiones” donde debían de poner “rapiña”.
Pocos días antes de que Jorge Larrañaga armara con total desconocimiento de causa el mando policial, en Durazno hubo un cónclave político donde los dirigentes locales decidieron qué nombres darían para ocupar la jefatura local. Así se armó la estructura policial. Aquello de los mejores para cada puesto cedió lugar al viejo esquema en que los jefes policiales responden a los caudillos locales. Ni siquiera en ese esquema proselitista en que se organizó la Policía, Fernández, afín al herrerismo, era la primera opción para la dirección nacional de Policía. Pero la bolilla terminó por caer en él.
No podría abrir un juicio definitivo sobre si las cifras de delitos indican que la seguridad está mejor o peor, aunque es evidente que el avance del narcotráfico se hace notorio.
De lo que no tengo dudas es que el cáncer que se llevó tempranamente a Guarteche hizo metástasis en los altos mandos de la Policía. Y no sé si el poder político no lo ve, no lo quiere ver, o lo ve, pero no sabe cómo curarlo. Y no importa lo graves que sean las denuncias y las pruebas que surjan en su contra, como está en su condición, el cáncer avanza.
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